- Continuaron en silencio.
Jaime se imaginaba un mundo brillante y libre, en el que los jóvenes de su edad abandonaban
el hogar para ganarse, en unos cuantos meses, los galones de coronel en la campaña
de Egipto. Cada soldado llevaba en su mochila el bastón de mariscal. La lectura de
la epopeya napoleónica le entusiasmaba; se imaginaba en el centro de aquellas grandes
batallas, bautizado por aquellos grandes nombres que adornaban, según la enciclopedia,
el Arco del Triunfo de París, Wagram, Austerlitz, Jena, Smolensk, las Pirámides, Friedland,
y los trajes militares, el estampido de la caballería, las llamas de Moscú:
esa extraña
conflagración de la nieve, y las mujeres misteriosas que se colaban entre las páginas
de la historia, Josefina, María Walewska; nombres de palacios, Fontainebleau, Marly,
Versalles, Chantilly, el sobresalto e intriga y aventura que le provocaban las figuras
de Fouché y Talleyrand.
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