Se sentía una brisa fresca, agradable, adulaba los sentidos. Las calles
dentro de este pueblo, situado 50 Kilómetros al oriente de la Capital, eran
empedradas, su iglesia con diseño colonial, las casas con enormes puertas y
balcones..., un pintoresco pueblo que yo no tenía idea poseíamos en nuestro
país.
Sin embargo este pueblo no era nuestro final destino, esperábamos el
siguiente bus que nos llevaría a nuestro destino final en el corazón del Valle
de Jiboa en San Vicente.
El viaje final fue dramático, empezando por la carretera polvosa, profundos
precipicios, y curvas cuesta abajo. El bus viejo iba lleno de frutas, animales
y gente; algunos de los pasajeros viajaban encima del bus, en la parrilla, con
gallinas, patos y garrobos, a nosotros nos tocó ir afianzados de la escalera
trasera que sube a la parrilla... Cada vez que esa tartalacha de bus cruzaba
una curva mi corazón se dilataba al ver el enorme barranco contra el cual se inclinada;
pero milagrosamente llegamos vivitos y coleando, aunque me costó ratos
sacudirme la tembladera de las manos de ir casi una hora guindado a la
escalera.
¡Era un bello lugar! La casa era de ladrillo y teja, con su granero, su
trapiche y su pozo de agua, se hallaba en la cima de una colina y hacia abajo
todo era verdor del cultivo de caña, aún más abajo pasaba un riachuelo de
cristalina agua, luego seguían los potreros, y entonces los pastizales... No
muy lejos del rancho se hallaba un caserío, o sea, una ancha calle polvosa de
dos cuadras con casas y pequeños negocios...
Pero la escuela quedaba lejos, lejos en un pueblito a una hora de
caminar.
Era Semana Santa, las mujeres del caserío lo
celebraban con profundo fervor religioso, pero los hombres campesinos se
pasaban jugando de día La Tabaque consistía en tirar un
hueso de res de forma rectangular, un lado era culoy el otro carney dependiendo si caía culoocarne se
ganaba o se perdía la apuesta, que arruinaba y enriquecía a los que lo jugaban.
Algunos hasta vendían su yunta de bueyes sólo para tener suficiente dinero para
La Taba en Semana Santa.
En la noche, los lugareños jugaban, a la luz del candil, 31 en mano, o
Conquián Real.
La familia del amigo que me invitó a este lugar eran todos humildes en
actitudes y amigables en extremo, cultivaban caña de azúcar para el Ingenio
Jiboa en un terreno de varias manzanas, tenían dos hijos varones ya mayores...
y una bella ahijada: Isabelita.
Isabelita era una bella adolescente que aparentaba más de sus 13 años, pues
ya tenía un cuerpo muy desarrollado y hermoso; era pelo rojo, pecosita, ojos
claros color miel y una sonrisa angelical e inocente. Estudiaba 6to. grado e
iba a la escuela dos leguas de distancia, pero don Claudio, de la finca vecina,
tenía una hija de su edad y compañera de Isabelita, todos los días don Claudio,
religiosamente, las llevaba y las recogía en su caballo.
-Mi maistra me dejó muchos deberes -me contaba el día que la encontré
escribiendo en su cuaderno "El Conquistador"
-A mi mami y mis hermanos los
mató el chacal de Olancho en Honduras -agregó.
Ella me dijo que se salvó escondiéndose en los matorrales durante la
expulsión masiva de salvadoreños antes que estallara el conflicto con Honduras
en 1969, la mal llamada Guerra del Fútbol.
Don Claudio y su familia se habían ido de veraneo para esa Semana Santa
y no regresarían hasta una semana después. El Lunes siguiente al Domingo de
Resurrección, y un día antes de mi partida, Don Candelario y la niña Maura
trataron de disuadir a Chabelita para que no fuera a la escuela a pie ese día.
La única yegua del rancho se la había llevado el hijo mayor a Verapaz y no
regresaba hasta la tarde. Pero Isabelita decía que tenía que entregar sus
deberes y que no le pasaría nada, así decidió emprender el viaje a pie: ¡Una
camellada de casi una hora!.
Pero ese nefasto Lunes dieron las tres de la tarde ¡y Chabelita no
aparecía!.
Don Cando, el papá de mi amigo, nos pidió ir a buscarla "al
camino". Nos fuimos con Manolo y el "chele", uno de los cuatro
chuchos que tenían en la finca y preferido de Isabelita. El paisaje era una
belleza, y disfruté el olor de las Orquídeas perfumantes, de los ondulantes
llanos, verdosas colinas, diáfanos arroyuelos... casi secos debido a que Abril
era al final de la estación seca y no había llovido en meses.
También había un barranco de cierta profundidad donde el eco de los
zenzontles, las palomas y el dichosofuí, buscando su nido al ocaso, enternecían
la tarde. El chele comenzó a ladrar hacia abajo, me asomé a ver cuan profundo
era y continuamos... y por primera vez en mi vida veía una ardilla encaramada en un palo
de conacaste; pero después de una hora de camino llegamos al pequeño poblado
con el cielo rojizo anunciando la puesta del sol y la caída de la noche...
¡pero sin encontrara Isabelita!... Nos
dirigimos a la pequeña escuelita de ladrillo y techo de lámina donde Manolo
abordó a la maestra.
-Chabelita se fue a las dos y media que terminó la
escuela, -nos dijo la maestra, entonces vi la cara
de preocupación de ambos, la profe fue con nosotros a la Comandancia local a
reportar lo sucedido, otra casa de ladrillo y lámina!, habían tres Guardias
Nacionales jugando naipes, pero el Comandante no se hallaba, los
"beneméritos" apuntaron los datos, dijeron iban a iniciar una
"investigación" y nos despidieron.
La "maistra", una honesta mujer, nos dijo que nos acompañaba en
el viaje de regreso. Cuanto más oscurecía más era el semblante de preocupación
en sus caras; me dijeron que aparte de borrachos que se macheteaban por
disputas de La Taba, no había crímenes en esos parajes. Al llegar a la
vereda a la orilla del barranco el perro empezó de nuevo a ladrar mirando hacia
abajo.
-Han de ser liebre; -dijo Manolo calmando al "chele".
Llegamos de regreso al caserío sin rastros de Isabelita,
entonces don Candelario reunió a los vecinos para organizar una búsqueda; como
15 campesinos, todos hombres, con machete envainado, linternas, lámparas y
varios perros, partimos en la oscuridad a buscar a Isabelita. Había un sólo
camino para llegar al pueblo debido al barranco, no había otra manera, así que
cuando llegamos a la orilla de éste, el "chele", adelantándose,
empezó de nuevo a ladrar hacia abajo al precipicio, los demás perros se le
unieron, y la gente empezó a gritar hacia abajo "Chabelita", pero
nada, al buen rato y temiendo lo peor, don Cando, Manolo y cinco otros
decidieron bajar a ver en el barranco usando la peligroso y empinada vereda
donde sólo uno cabía...
Después de media hora, Manolo trepaba sudoroso, pálido, y a pesar de sus 18
años, con lágrimas en los ojos... todos no acercamos a preguntar la lógica
cuestión, pero él tapándose su cara con las manos... lloraba... y no hablaba...
Un silencio se apoderó de todos pensando en lo peor, cuando de repente, oímos
voces que subían, uno de los vecinos, el más fuerte del grupo, traía el cuerpo
de Isabelita inconsciente, la acomodó en el suelo, y todos apuntaron sus luces
hacia ella... ¡era un cuadro horroroso!... su carita blanca ensangrentada, sus
labios partidos y los moretones e inflamación eran evidentes... ¡Había sido
golpeada duro!. Alrededor de su nuca un tremendo moretón relucía, como si fuera
un collar, su brasier ido y sus tiernos pezones con señales de mordiscos... la
sangre corría entre sus piernas, de su genital... la maestra se desmayó a esa
horrible visión y un silencio profundo se apoderó de humanos, animales y
paraje...
¡Entonces Chabelita gimió!... ¡Estaba viva!.
El Hospital Santa Gertrudis en San Vicente quedaba a más de una hora en
vehículo debido al mal estado de los caminos vecinales, polvosos y con
tremendas curvas, a caballo por el zamaqueo en su condición, no era mucha la
diferencia, y sin servicio telefónico a decenas de leguas a la redonda, la vida
de Isabelita peligraba.
Yo había llegado al Valle con la ínfula y soberbia de ser "Estudiantes
de Segundo Año de Medicina" y los vecinos del lugar me miraban y me
saludaban con venerable respeto, pero cuando les dije que no podía hacer nada
porque no sabía que hacer, ellos apenas me creyeron, no me iban a entender que
sólo era un pinche estudiante de "áreas comúnes" y que ni una simple
inyección había puesto en mi vida.
Alguien acomodó a Isabelita en un caballo, arrancó al galope, seguido por
otros que tenían caballo, se llevaron a Isabelita al pueblo de Verapaz donde
había teléfono y unidad de salud y luego la recogería una ambulancia para
llevarla al hospital de San Vicente.
En silencio regresamos todos al caserío, y yo, además de tenso por la
impresión, me sentía ahuevado.
Llegamos al pueblo y con don Candelario y otros vecinos nos fuimos directo
a la única cantina del pueblo donde empezó a rolar la "cusuza" -el
aguardiente clandestino del lugar- y con un par de tragos entre pecho y espalda
me puso zapatón suficiente para valerme verga cualquier pena moral... en eso
llegó la benemérita en un Jeep "rastrillo", un individuo de mediana
edad, regordo, moreno y feo desmontó, y con altanería preguntó lo sucedido, era
el Comandante Cantonal y dos Guardias Nacionales.
-Y cómo fue que ustedes no la hallaron cuando
fueron a buscarla,
-nos preguntó -¿Vos
quién sos peludo? -arremetió contra mí sin esperar la respuesta a la
primera pregunta.
Don Cando le explicó quién yo era, pero me saqué mis documentos para
enseñárselos, él me arrebató la cartera y viendo mi carné de la Universidad
dijo:
-Ustedes los universitarios son unos cabrones
degenerados, quizás vos hijueputa fuiste quién le hizo eso a la Chabelita.., -yo me empecé a chivear, don Cando y
Manolo intercedieron por mí, pero el comandante medio convencido finalizó
diciéndome.
-Mirá cabrón, de aquí no te vas hasta que esto se
aclare, a mi no me vacilas cerote, vos sos responsable d´él Cando,' buir' hacer
unas pesquisas, pero mañana te quiero ver aquí cabrón... -y se fue.
Al llegar a la casa de don Cando estaba esperándolo un vecino con una niña
de la misma edad de Chabelita
-Cando, dispénsame, vengo a esta hora pero mi
'chayito' me contó algo importante.. - Chayito era compañera de Isabelita y contó que
ellas salieron juntas y como a una cuadra de la escuela, el comandante había
pasado en el Jeep, parado y ofrecido jalón a Isabelita hasta su casa, lo cual
ella se negó.
Entonces don Cando recordó las quejas que Isabelita había mucho antes dicho
sobre los avances lujuriosos delcomandante..
Al Mediodía siguiente don Cando, sus hijos, y yo, llegábamos a la capital
del departamento con el mismo nombre: San Vicente. Nos dirigimos derecho al
hospital. Isabelita había despertado del coma, nos dijo el doctor, pero tiene
un "trauma mental" pues no quiere comer, se ha orinado y
defecado en la ropa y no habla, no responde a preguntas, y sus ojos abiertos
ven al vació.
-Hay que trasladarla al hospital psiquiátrico en
San Salvador porque me temo tiene una psicosis, -concluyó el doctor. La vimos, pero ella no nos
reconoció, su ojos abiertos mirando al techo, y con un sonda nasogástrica para
alimentarla... Don Cando lloró al verla... pero luego lo inundó la rabia y nos
dirigimos al cuartel de la Policía local.
El
Comandante no le creyó la sospecha a don Cando, le dijo que el ofrecimiento del
comandante cantonal no probaba nada, pero que iba a "investigar"...
¡Los beneméritos tenían esta peculiar frase para toda queja, pero nunca
resolvían nada!...
Esa tarde partimos con don Cando, sus hijos, e Isabelita, a San Salvador.
Isabelita quedó mentalmente traumada en el hospital Psiquiátrico hasta 1981
que dejé El Salvador.
Supe años más tarde que la violenta violación y estupro, perturbó su alma y
deterioró su mente para siempre... nunca se recuperó...