Juan “chatarra” Morales

Por Lito Montalvo

        Juan fue un niño muy inquieto, sus manitas traviesas en más de una ocasión recibieron un castigo, además del sobrenombre de “manitas” destructoras”.
        La bendita costumbre no se le pudo quitar, cuanto objeto llegaba a sus manos, era examinado y a veces desarmado para ver qué tenía adentro.
        Cuando tuvo ocho años, pidió al Niño Dios un juego de herramientas (tenazas, martillo, desarmador y sierra), con la cual empezó su insipiente profesión de mecánico.
A los doce años, ya reparaba planchas, licuadoras, y otros aparatos caseros, con lo que cobraba ayudaba a su mamá y economizaba el resto.
A los quince años ya tenía un pequeño taller de reparaciones varias, pero su verdadera vocación eran los carros y, en especial, los camiones.
        Juan se quejaba de no haber nacido en Detroit, meca de los automóviles, pero estudiaba cuanta revista automotriz llegaba a sus manos.
Poco a poco, Juan se convirtió en una autoridad en mecánica, y era consultado por los maestros de los talleres vecinos. Muchos le ofrecieron empleo, pero él se negaba porque tenía otros ideales y otras metas, pero siempre fue respetado por su espíritu de colaboración y nunca se negaba a ofrecer sus servicios. Esto le ganó el aprecio de todos los que lo trataban.
        Al fin puso su taller en el patio de su casa, y su clientela creció como la espuma, por la gran habilidad de Juan. Tenía como costumbre hacer visitas periódicas a las hueseras, donde llegó a familiarizarse tanto que lo bautizaron cariñosamente Juan “chatarra” Morales.
        El sueño de Juan era el de construir su propio camión, hecho de piezas de diferentes vehículos, las que empezó a adquirir en las hueseras. Y fue así como consiguió un motor Cummins, el cual reparó, porque estaba fundido. Compró también un chasis Magirus, y así inició la realidad de su sueño. Adquirió una cabina de Toyota, una caja de Man, un cardán de Ford, la transmisión de un Mack, los guardafangos de Isuzu, faroles de Mercedes Benz, un bomper de Nissan y los asientos fueron de camión GMC.
        Con todas las piezas, Juan logró terminar su camión, lo lijó con gran esmero y le aplicó una excelente capa de pintura acrílica. Además lo equipó con una mica de diez toneladas, una caja de herramientas, dos llantas de repuesto, un extinguidor, los triángulos preventivos de accidentes y una cadena de remolque.
        Cuando la obra maestra, como él la llamaba, estuvo concluida, Juan decidió ponerlo a trabajar para poder recuperar todo el dinero de sus ahorros que había invertido, por lo que buscó una empresa tramitadora para conseguir las placas. El tramitador informó a Juan que, para poder matricular el vehículo “hechizo”, debería proporcionarle la póliza de importación del vehículo, la tarjeta de circulación de los vehículos de los cuales había conseguido las piezas, el NIT de los propietarios anteriores, la revisión del Ministerio de Economía, la revisión del Departamento de pesas y medidas, el permiso de Transporte, la revisión del Departamento de Tránsito, las placas de los vehículos deshuesados, la solvencia de renta y la matrícula de Comercio.
        Juan se sintió desilusionado al darse cuenta de lo difícil, por no decir imposible, que sería conseguir tantos papeles, por lo que optó por guardar su camión en un rincón de su taller, mientras tomaba una decisión sobre lo que tenía que hacer.
        Pocos días después, se presentaron al taller, agentes de paisano de la policía, quienes pidieron los documentos de los vehículos que allí se encontraban. Al llegar al camión de Juan, este les explicó que su camión era “hechizo”, y que por lo tanto, no tenía papeles. Los detectives no le dieron crédito a las explicaciones de Juan, procedieron a ponerle las esposas, y se lo llevaron al cuartel general en vías de investigación.
        Tres días después, no pudiendo Juan demostrar “legalmente” la procedencia de su camión, fue llevado a Mariona a prisión provisional, mientras se ventilaba el juicio. Los parientes de Juan se movieron a pedir ayuda a los dueños de las hueseras, presentaron una hoja certificada y juramentada en papel de cuarenta, en el que demostraban la inocencia de Juan, por lo que el Juez, después de cuarenta y cinco días, sacó sobreseído a Juan de la cárcel.
        El pobre Juan regresó a su casa con veinte libras menos, paludismo crónico, picazón en el cuerpo y una numerosa colonia de piojos. El juez llamó a Juan y le dijo que su inocencia era dudosa, pero en vista de las numerosas firmas de los dueños de hueseras, le otorgaba la libertad condicional, pero que en el futuro se abstuviera de tales “bayuncadas”.
        Juan cerró el taller y estuvo sin trabajar dos quincenas. Una vez recuperado física y sicológicamente, regresó al taller. Se dirigió a su obra maestra. Le quitó la lona que lo cubría, se quedó pensativo por unos cuantos segundos apreciando el producto de su capacidad y habilidad...Luego, con paso firme tomó la antorcha de acetileno y procedió a partir su camión en piezas, las cuales vendió a las hueseras a razón de cincuenta colones el quintal.
 
        MORALEJA: Si quieres inventar algo, no lo hagas en El Salvador.

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