- En la universidad se cuidaba más de que no
lo vieran conmigo, y yo lo comprendía, claro, porque iba a ser abogado y no era
conveniente. A mí no me importaba, yo era feliz con que llegara una vez por
semana a traer los centavos para los gastos y para sus libros. Porque era buen
estudiante. No le gustaba tener que prestar libros, por lo que yo hacía el
sacrificio para que no le faltaran. Me acuerdo cuando le compré el Código
Penal. Me dijo que donde el Choco Albino se encontraban usados, pero yo no
permitía eso. Para mi rey siempre debía ser lo mejor y se lo compré nuevo, no
importaba si me machucaban más veces la babosada. Al fin y al cabo ya estaba
acostumbrada.
- Así seguimos hasta que terminó la carrera
y lo mandaron a hacer su servicio social a un pueblo, pero nunca me dio el
nombre del lugar. Eran tres años que iba a pasar de juez y yo presentía que era
la despedida, porque ya no llegaba tan seguido, aunque siempre le tenía su
ropita nueva, calcetines de seda, sus buenos zapatos y, en fin, todos sus
libros. Porque aquí donde me ven, toda arruinada, me siento orgullosa de
haberle comprado todos sus libros.
- A su doctoramiento no me invitó, pero es
que para entonces yo ya no servía. Ni señas de aquel culito bonito del Over.
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