RIMA IV
No digáis que agotado su tesoro, de asuntos falta, enmudeció la lira; podrá
no haber poetas, pero siempre ¡habrá poesía!
Mientras las ondas de la luz
al beso palpiten encendidas; mientras el sol las desgarradas nubes de fuego
y oro vista;
Mientras el aire en su regazo lleve perfumes y armonía; mientras
haya en el mundo primavera ¡habrá poesía!
Mientras la ciencia a descubrir
no alcanze las fuentes de la vida, y en el mar o en el cielo haya un abismo que
al cálculo resista;
mientras la humanidad, siempre avanzando; no sepa a
do camina; mientras haya un misterio en el hombre, ¡habrá poesía!
Mientras
hayan unos ojos que reflejen los ojos que los miran, mientras responda el labio
suspirando ala labio que suspira;
Mientras sentirse puedan en un beso dos
almas confundidas; mientras exista una mujer hermosa, ¡habrá poesía!
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RIMA V
Espíritu sin nombre, indefinible esencia, yo vivo con la vida sin forma
de la idea.
Yo nado en el vacío, del sol tiemblo en la hoguera, palpito
entre las sombras y floto con las nieblas.
Yo soy el fleco de oro de
la lejana estrella; yo soy de la alta luna la luz tibia y serena.
Yo
soy la ardiente nube que en el ocaso ondea; yo soy del astro errante la
luminosa estela.
Yo soy nieve en las cumbres, soy fuego en las arenas, azul
onda en los mares y espuma en las riberas.
En el laúd soy nota perfume
en la violeta fugaz llama en las tumbas, y en las ruinas hiedra.
Yo
canto con la alondra y zumbo con la abeja, yo imito los ruidos que en la
alta noche suenan.
Yo trueno en el torrente y silbo en la centella, y
ciego en el relámpago, y rujo en la tormenta.
Yo río en los alcores, susurro
en la alta hierba, suspiro en la onda pura y lloro en la hoja seca.
Yo
ondulo con los átomos del humo que se eleva y al cielo lento sube en espiral
inmensa. |
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Yo en los dorados hilos que los insectos cuelgan, me mezclo
entre los árboles en la ardorosa siesta.
Yo corro tras las ninfas que
en la corriente fresca del cristalino arroyo desnudas juguetean.
Yo,
en bosques de corales, que alfombran blancas perlas, persigo en el océano las
náyades ligeras.
Yo, en las cavernas cóncavas, do el sol nunca penetra, mezclándome
a los gnomos, contemplo sus riquezas.
Yo busco de los siglos las ya
borradas huellas, y sé de esos imperios de que ni el nombre queda.
Yo
sigo en raudo vértigo los mundos que voltean, y mi pupila abarca la Creación
entera.
Yo sé de esas regiones a do un rumor no llega, y donde informes
astros de vida un soplo esperan.
Yo soy sobre el abismo el puente que
atravieza; yo soy la ignota escala que el cielo une a la tierra.
Yo
soy el invisible anillo que sujeta el mundo de la forma al mundo de la idea.
Yo,
en fin, soy ese espíritu, desconocida esencia, perfume misterioso, de que
es vaso el poeta.
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