ALAMEDA LITERATURA

        Las Artes y la Literatura es el patrimonio cultural que inmortaliza pueblos. En El Salvador, han habido muchos de ellos que han dejado su estampa vitalicia en la Literatura universal, las Artes, y en la Cultura Cuscatleca. Esta página, con positivo orgullo, comparte, de entre ellos, a Don ALBERTO MASFERRER.

ALBERTO MASFERRER
1868 - 1932

        Alberto Masferrer Nació en la población de Tecapa, territorio Pipil conquistado a los Lencas, y significaba en Nahuatl: "Laguna de Piedras". Hoy se llama Ciudad Alegría en el Departamento de Usulután. Tuvo una formación autodidácta (la "Universidad de La Vida", la llamaba él); y vivió en varias capitales de Centroamérica, viajó por Chile, Nueva York y Europa. Fué Cónsul en San José de Costa Rica y en Bélgica.
       
Masferrer fue un escritor que desató las más encontradas pasiones. Sus ideas reformistas, su tono mesiánico, y su participación en la arena política le granjearon tremendas adhesiones, pero también furibundas antipatías. Maestro educativo de profesión, fue también un periodista combativo, ensayista prolífico, escritor que incursionó en diversos géneros, se ganó el respeto y admiración de la mayoría de escritores e intelectuales salvadoreños de este siglo: Claudia Lars lo llamó "maestro y director de multitudes", en tanto que Miguel Angel Espino dijo que "fue el apóstol de la armonía social en El Salvador", y Salarrué reconoció: "la atracción que este gran espíritu ejerce sobre mí es enorme".
       
Su pensamiento se sintetiza en un concepto: el "vitalismo". Significa que cada individuo tiene el derecho a un "mínimum vital" en lo que respecta a vivienda, alimentación, trabajo y educación. Abogó por la lucha pacífica -al igual que Gandhi-. y utilizó el periodismo como un púlpito para predicar sus ideas fundando y dirigiendo el diario Patria entre 1928 y 1930.
        Fue ideólogo y Director de la campaña política que llevó al poder al Ingeniero Arturo Araujo en 1930. Masferrer fue elegido por el voto popular a la Asamblea Nacional de la época, pero de pronto, se sintió traicionado por Arturo Araujo.
        Su prédica reformista y no violenta naufragó entre las fuerzas que se confrontarían en la insurrección campesina de 1932, que culminó con la matanza de 10-30 mil indígenas y campesinos, y el alza del gobierno dictatorial del General Maximiliano Hernández Martínez. Los libros e ideología Masferreriana fueron considerados comunistas y el maestro Masferrer, temiendo por su vida, se auto-exilió en 1932. Ese mismo año, el 8 de Septiembre, don Alberto Masferrer fallece en San Salvador en 1932.
       
Era un apasionado de los libros -"pocas veces he visto un lector tan tremendo como Alberto", escribió Arturo Ambrogi-, por lo que no sorprende que considerara a la educación como el eje para el cambio social.
        Sus ensayos Leer y Escribir y La Cultura Por Medio del Libro así lo demuestran. También fué moralista y publicó versos, una novela corta sorprendente --"Una Vida en El Cine" (1922)-- y numerosos ensayos agrupados en diversos volúmenes: ¿Qué Debemos Saber?, El Mínimum Vital, Las Siete Cuerdas de la Lira, Ensayo Sobre El Destino, El Dinero Maldito, El Libro de la Vida, Estudios y Figuraciones Sobre la Vida de Jesús, La Misión de América, entre otros.
       Don Alberto Masferrer es el ensayista y filósofo salvadoreño más reconocido de su tiempo.

EL ELOGIO DEL SILENCIO

ENSAYO

Silencio es recordar que toda palabra tiene un hoy y un mañana; es decir; un valor de momento y un alcance futuro incalculable.

Silencio es recordar que el valor de la palabra que pronunció no tanto viene de su propia significación ni de la intención que yo le imprimo, cuánto de la manera con que la comprende quién la oye.

Silencio es reconocer que los conflictos se resuelven mejor callando que hablando, y que el tiempo influye más en ellos que las palabras.

Silencio es reprimir la injuria que iba a escapársenos, y olvidar la que nos infirieron.

Silencio es recordar que si hubiera diferido una hora sola mi juicio sobre tal persona o suceso, en esa hora pudo llegar un dato nuevo, que hiciera variar aquél juicio temerario y cruel.

Silencio es recordar que el simple hecho de repetir lo que otros dicen, es formar la avalancha que luego arrastra la reputación y la tranquilidad de los demás.

Silencio es no quejarse, para no aumentar las penas de los otros.

Silencio es decir HICE, en vez de HARÉ.

Silencio es recordar que la palabra al pronunciarla, se lleva una parte de la energía necesaria para realizar la idea que aquélla encarna.

Silencio es no exponer la idea o el plan a medio concebir, ni leer la obra en borrador, ni dar como criatura viviente lo que es apenas un anhelo.

Silencio es la raíz y por eso sostiene.

Silencio es la savia, y por eso alimenta.

Silencio es recordar que si para nuestras cuitas y esperanzas es nuestro corazón un relicario, el corazón ajeno puede ser una plaza de feria y hasta un muladar.

Silencio es el capullo donde la oruga se cambia en mariposa y silencio es la nube donde se forma el rayo.

Silencio es concrentarse, seguir la propia órbita, hacer la propia obra, cumplir el propio designio.

Silencio es meditar, medir, pesar, aquilatar y acrisolar.

Silencio es la palabra justa, la intención recta, la promesa clara, el entusiasmo refrenado, la devoción que sabe a donde va.

Silencio es SER UNO MISMO, y no tambor que resuene bajo los dedos de la muchedumbre.

Silencio es tener un corazón de uno, un cerebro de uno, y no cambiar de sentimientos o de opinión porque así lo quieren los demás.

Silencio es hablar con DIOS antes que con los hombres, para no arrepentirse después de haber hablado.

Silencio es hablar uno calladamente con su propio dolor, y contenerlo hasta que se convierta en sonrisa, en plegaria, o en canto.

Silencio es, en fin, el reposo del sueño y el reposo de la muerte, donde todo se purifica y restaura, donde todo se iguala y perdona.

DEBER

        La gloria no, pero sí el deber. La gloria no, ¿hay, por ventura, algo perdurable sobre la tierra? El mundo que rodaba entre Marte y Júpiter, del cual no quedan sino los restos, bogando ciegamente en el vacío, ese mundo ¿no fue morada de almas? Allí hubo lucha, allí hubo el hervidero de las pasiones; allí la ciencia, el arte, el derecho, se abrieron paso por entre lágrimas y sangre. Allí hubo calvarios y hogueras para los mártires; allí también ridículos y horribles tiranos se bebieron la sangre de los oprimidos. ¿Dónde está hoy la historia de ese mundo?, ¿dónde las estatuas que inmortalizaban las grandes victorias?, ¿dónde las maravillas de la música y de la poesía?, ¿dónde el culto tributado a los insignes bienhechores?
       El deber sí. Obrar conforme a nuestra ley interior, no romper el concierto de las fuerzas, no ser la nota disonante en la eterna sinfonía de Dios.
       Esta idea es el gran móvil. Por esta idea marchamos al par de todas las criaturas; va la espiga, y presenta su grano; va el pájaro, y ofrenda su canto; la abeja, y ofrece su miel; el huracán, y da sus alas para llevar los gérmenes; la tierra, y presta su savia; el hombre y tributa su pensamiento.
       Esta obediencia es nuestro vasallaje al gran Rey, el único libre entre los seres.

CÓLERA

        Ella es.
       Mi musa la furia de cabellos erizados que viene a azotarme la frente, a apuñalearme el corazón, a bañarme el alma en santa ira.
       La cólera es también númen sagrado.
       Cantad vosotros, ruiseñores, que podéis ver la gloria de la luz sin sentir la tristeza de las sombras, reíd, vosotros, los que comprendéis la comedia del mundo, sin palpar el negro drama de la vida; entonad himnos a la aurora, los que no sabéis que va a llegar la noche con sus horrores y sus crímenes. Yo me estoy bien, perdido en las tinieblas, lanzando rugidos y maldiciones. ¡Siento en mi rededor la fría caricia de los espectros, el hálito emponzoñado de los reptiles, el grito estremecedor de los hambrientos, la eterna queja de los inconsolables!
       La risa no es mía, A cada instante veo la risa estúpida de¡ seductor que se burla de su víctima; de¡ necio que en vez de sacar del lodo a las flores caídas, pone sobre ellas su planta inmunda para abatirlas más; de los imbéciles que triunfantes en su vana alegría, insultan con su charla de mono el dolor de los que lloran; del idiota señor del oro, que desdeña al que sufre en silencio su miseria. Ríen los indignos, ríen los pequeños, ríen los necios, los inmundos ríen. Yo no quiero tomar parte en ese coro salido del infierno. Esa mueca horrible no sienta bien a las almas graves que respetan las ajenas desgracias. Satanás, cuando ha logrado perder un alma, rompe en carcajada inmensa que va asordando todos los antros del abismo.
       La risa no está bien sino como suprema ironía, carcajada cervantina que pone a temblar en sus tronos de lodo a los dichosos sin luz. Si queréis verme reír, traedme aquí a los que tiranizan a los pueblos, a los que lamen los pies de los déspotas, a los que sacan tesoros de la conciencia, a los que rinden culto a ese grotesco títere que llaman sociedad, a los que huyen de la mujer que han pervertido, a los que se honran con los malvados de buena presencia, a los que desprecian al talento pobre y a la virtud indigente; ¡ah! traédmelos aquí para lanzar sobre ellos carcajada interminable, hiriente, desollante, que mate, que destroce, que aniquile todas esas basuras disfrazadas de seres humanos que están enlodando la obra de Dios!
       ¡Cólera, santa cólera! Mi musa eres tú. Golpea mi cabeza; recoge en tu ancho manto todas las bestialidades, todas las injusticias, y arrójalas sobre mi alma. ¡Quiero sumergirme en este mar de cieno, quiero asfixiarme en las exhalaciones de este pantano, quiero verme cubierto por ese alud de andrajos! Yo tengo fuego para consumir todo eso. Desplegaré mis alas, lanzaré lejos de mí la podredumbre humana, y alzaré el vuelo a las regiones luminosas donde reina el Sol.
 
Tamen
 
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