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Mío este cuadro,
este sueño,
esta verdad de pólen.
Cruzas sobre mi
abierta herida
en la trunca esperanza
en esta tarde de ostracismo.
He
visto al mundo desde el plano del mundo,
desde un peldaño más abajo del mundo,
desde
ninguna floración de trinos.
Le he visto con estos ojos turbios de pobreza,
con
la raída ropa de mi sueño.
¿Cómo decirte?
¿Cómo absorver tu nombre marinero?
Mejor
te digo, hermana, camarada.
Hoy ya no temo.
Hoy destrozo mi lámpara ilusoria
y
me descubro.
Vor a iniciarte en este nuevo encuentro
de ver las cosas sin ningún
paisaje.
A veces pienso que es difícil buscar en esta noche
y tropezar con
lo que no se ha visto
y lo que está por descubrir sin tregua
y lo que no te
han dicho las mañanas
cuando miras el mar de tu ventana.
A veces pienso
que pocos nos quedamos en la sombra
para cantar con nuestros pobres dedos
eso
que nadie mira
y nadie toca.
Un día yo te dije:
Amame, marinera; con
tu acuática fiesta de celajes.
Amame con tu marca elástica de peces.
Amame
con tu puerto y tu escafandra,
con tu cuerpo de esponja y con tu golfo,
con
tu piel de cristal y tu silueta.
Ahora yo te digo que me ames
como esa
pleamar de los que ansiamos
bebernos las palabras del que muere
imaginando
el pan que nunca tuvo.
Quiero que me ames, como yo a los pueblos
cuando
abrazan
con los gritos fundidos en su lucha.
Amame, como amo la libertad, la
paz y la justicia,
la vida digna y el pan de todos.
Es que la vida no había traído un dolor
tan perennemente extraño.
Y como
la ceniza que se vierte
las manos arden
y arde la sonrisa
las uñas se rebelan
y
el corazón se sale de su orbita.
Es que el dolor tiene un vestido en todo, y es
invierno y es verano,
musgosa soledad
y piedra en sombra.
Hace dos años,
María del Carmen,
estrella de mi voz y terrenal orígen
cayó tu rostro de mujer
agraria
al fondo de la tierra,
y tu cabello negro, siempre negro, fué a buscar
nueva savia.
María del Carmen, resignación de pueblo en tu mirada,
lucha
la de tus manos
por el pan de la aurora
y la esperanza.
Viajé desde tu
barrio-corazón hasta el mundo
penetrado en anhelos.
Muerte la de tu sangre
de
voz a voz el aire abría tu partida,
y en mi clara tragedia,
inconfundible,
tu
adiós quemaba el surco donde sembró tu mano
este recurso mío de no mostrar la lágrima.
Hace
dos años, María del Carmen,
y ahora estoy viviendo de tus constante esfuerzo campesino
de
morir en sombra
mostrando al sol la cara.
Porque llevo en las venas este genuino
estado de los hombres
que no lanzan un grito,
no obstante que la sed
envenena
el cerebro
Esto para un recuerdo que se quedó encendido
abriendo el mar, a veces, desde
su misma tumba ,
y en donde el sol caía como un romero líquido
la tarde era una
sola gaviota suspendida.
Esto es para una calle completamente absorta
que
espera nuevos pasos para nombrar sus huellas,
el polvo es una copa de longitud
desierta
cubriendo más de un árbol estacionado cerca.
Hay veces que las manos
se me rompen de luces
entre un buscar las voces que se ocultaron pronto.
Entonces
siento el viento estrujarse en mi pecho
cuando creo distancias en mi viajar intenso.
Esto
es para una meta completamente ajena,
para ir sin sentido caminando en la ausencia
para
un buscarse el nombre que se quedó sin létra,
extendido a lo largo de la palabra
muerta.
Esto que en mis ojos son sus ojos unidos
como sobre mis labios
sus besos acunados.
Esto que llevo triste entre mis manos grises
es la querida
forma de su cintura leve.
Amé, crucé incendiado el ancho de mi vida,
conquisté
nuevos cielos y germiné entero,
completamente nuevo ascendí hasta sus labios
y
hoy desciendo a mi grave soledad sin sonido.
Esta es para un recuerdo que
se quedó encendido,
que no ha muerto ni muere y siempre va conmigo.
Es para
que yo sepa que aunque camine sólo
hay una novia inédita hasta el fin de mi vida.